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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

domingo, 28 de agosto de 2011

¿Qué es el aborto..?

Con un bebe de brazos, una mujer muy asustada llega al consultorio de su ginecólogo y le dice:
-Doctor: por favor ayúdeme, tengo un problema muy serio.
Mi bebé aún no cumple un año y ya estoy de nuevo embarazada.
No quiero tener hijos en tan poco tiempo, prefiero un espacio mayor entre uno y otro.....
El médico le preguntó:
-Muy bien, ¿qué quiere que yo haga?
Ella respondió:
-Deseo interrumpir mi embarazo y quiero contar con su ayuda.
El médico se quedó pensando un poco y después de algún tiempo le dice:
-Creo que tengo un método mejor para solucionar el problema y es menos peligroso para usted.
La mujer sonrió, pensando que el médico aceptaría ayudarla.
Él siguió hablando:
-Vea señora, para no tener que estar con dos bebés a la vez en tan corto espacio de tiempo, vamos a matar a este niño que está en sus brazos. Así usted tendrá un periodo de descanso hasta que el otro niño nazca.
Si vamos a matar, no hay diferencia entre uno y otro de los niños.
Y hasta es más fácil sacrificar éste que usted tiene entre sus brazos puesto que usted no correrá ningún riesgo.
La mujer se asustó y dijo:
-¡No, doctor! ¡Qué horror! ¡Matar a un niño es un crimen!
-También pienso lo mismo, señora, pero usted me pareció tan convencida de hacerlo, que por un momento pensé en ayudarla.
El médico sonrió y después de algunas consideraciones, vio que su lección surtía efecto.
Convenció a la madre que no hay la menor diferencia entre matar un niño que ya nació y matar a uno que está por nacer, y que está vivo en el seno materno.

¡EL CRIMEN ES EXACTAMENTE EL MISMO!


No...!!!!!!! Al aborto

Homilía del 22º Domingo durante el año

La respuesta del Jesús a Pedro es sumamente dura: “¡Retírate, ve detrás de mi, Satanás! Tú eres para mi un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Sorprende esta respuesta del Señor aún más, porque pocos momentos antes Pedro había sido nombrado jefe de la Iglesia y Jesús lo había felicitado por haberlo reconocido como el Mesías. Cristo le hizo ver que esa verdad que Pedro había reconocido y confesado no le venía de ningún hombre, sino que se la había revelado Dios Padre. Pero en este episodio de hoy, Jesús llama a Pedro “Satanás” y lo acusa de tener el modo de pensar de los hombres. Totalmente lo contrario a lo anterior. ¿Qué ha sucedido?
San Pedro, utiliza los criterios del mundo y no los de Dios, por lo que se equivoca pensando que el Mesías, el Hijo de Dios, no podía ser perseguido y ajusticiado. Y con esto expresa algo que es muy lógico para el pensar de los hombres, pero no para Dios: si alguien es tan importante como el Mesías esperado, éste tiene que ser una persona de éxito y de victoria; no puede morir perseguido y fracasado. ¡No puede suceder lo que Jesús está anunciando!
San Pedro, además, rechaza el sufrimiento para Jesús. Así nos sucede a nosotros: no queremos sufrimiento ni para nosotros, ni para nuestros seres queridos. Pero resulta que en el plan de Dios, mucho beneficio viene del sufrimiento bien llevado, y todo sufrimiento -aceptado en amor a Dios- tiene un valor tan grande, que ese valor sirve de redención para quien sufre y, además, para muchos otros.
¡Qué difícil es comprender y aceptar así el misterio del sufrimiento humano! Especialmente si día tras día nos están proponiendo que no hay que sufrir. Pero eso no es lo que Cristo nos propone con su ejemplo y con su Palabra.
Efectivamente, en este pasaje evangélico Cristo anuncia su propia Pasión y Muerte. Pero no se detiene allí, sino que enseguida de recriminar a Pedro, hace un anuncio aún más impresionante: no sólo va a tener que sufrir El, pues éste es el Plan de Dios, sino que cada uno de nosotros, si queremos seguirlo a El, deberemos también sufrir con El.
Esto es el Evangelio. Pero... ¡Qué distinto a lo que pensamos! ¡Qué distinto a los que se nos propone cuando se presentan los sufrimientos! Hoy en día hay hasta una secta que parece muy evangélica y muy cristiana, cuyo lema consiste en dejar de sufrir.
Entonces, a pesar de lo que nos traten de vender, a pesar de lo que nos pueda parecer, para seguir a Cristo hay que perder la vida, hay que saber hacerse ofrenda viva, santa y agradable a Dios, como nos exhorta San Pablo; hay que renunciar a lo que pareciera que es la vida, a lo que el mundo nos presenta como si fuera lo más importante en la vida.
Hay que renunciar a muchas cosas, pero la mayor y más importante renuncia y ofrenda que debemos hacer es la de nuestro propio yo: renunciar a criterios propios, para asumir los de Dios; renunciar a la voluntad propia, para asumir la Voluntad de Dios.
¿Cuál es la Voluntad de Dios? ¿Cómo conocer la Voluntad de Dios? Esto es algo que siempre nos preguntamos. Hoy San Pablo nos da una de las formas para conocer la Voluntad Divina, cuando nos dice en la Segunda Lectura:
No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la Voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Quiere decir esto que para conocer la Voluntad de Dios hay que desprenderse de los criterios del mundo, hay que desprenderse del “yo”, hay que desprenderse de las formas de ser, de pensar y de actuar comunes y corrientes, propias del montón, y dejarse tomar por las formas de ser, pensar y actuar de Dios.
Con esto ya no estaremos en la “mayoría”; estaremos en la “minoría” -es cierto- pero estaremos en Dios y le daremos el culto que El desea y se merece. Más aún, obtendremos la Verdadera Vida, aunque perdamos la “vida” que engañosamente el mundo nos ofrece como ¡tan importante!, como si fuera la verdadera vida.
Placer, poder, riqueza, éxito, lujos, comodidades, apegos, satisfacciones ... todas estas cosas, aún lícitas, forman parte de esa “vida” a la que hay que renunciar para abrazar la Cruz que Jesús nos presenta.

Extraído de www.homilia.org

domingo, 21 de agosto de 2011

Domingo 21º Durante el año

El Evangelio del día de hoy nos presenta precisamente esta verdad fundamental de nuestra fe, sobre la cual se basan nuestras certezas y seguridades sobrenaturales: ¡Jesucristo fundó realmente su Iglesia y colocó a Pedro y a sus sucesores como piedra angular de la misma!: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo; y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. ¡Esto es lo que da fuerza y solidez a nuestra fe, y por eso nos proclamamos, con santo orgullo, “católicos, apostólicos y romanos”!

Este es un punto fundamental que, tristemente, niegan los hermanos separados, que se autodenominan “cristianos”– y que, dicho claramente– han abandonado la fe católica para pasarse a las diversas denominaciones protestantes.

En el Papa los católicos tenemos un punto firme y seguro de nuestra fe porque Jesucristo quiso edificar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. En sus enseñanzas y en su Magisterio pontificio hallamos una roca inconmovible de frente a los oleajes de confusión doctrinal que hoy en día se arremolinan por doquier, sobre todo en todas esas sectas que quieren asolar y engañar a los fieles católicos. En el Papa, en los Obispos y en los sacerdotes fieles –es decir, en todos aquellos que reconocen la autoridad del Romano Pontífice, siguen su Magisterio y transmiten sus enseñanzas– encontramos al mismo Cristo, Buen Pastor, que guía a sus ovejas a los pastos del cielo. ¡Escuchemos su voz, sigamos sus huellas, imitemos su ejemplo de amor, de santidad y de entrega incondicional para el bien de todos los hombres, nuestros hermanos.

Que éste sea hoy nuestro compromiso: de vivir, defender y proclamar nuestra fe católica, en obediencia al Papa y a nuestros pastores; y, si Dios lo permitiera, también pedirle la gracia de morir por ella, como lo hicieron un día los cristeros y todos nuestros mártires. Que Dios así nos lo conceda y desde ahora proclamemos nuestra fe con nuestras propias obras.

P. Sergio Cordova LC
Extraído de catholic.net

domingo, 14 de agosto de 2011

Domingo 20º Durante el año

Queda claro que Jesús ha venido a recuperar las ovejas perdidas de la casa de Israel. Él ha sido enviado a esto. Es su misión. Sin embargo, Jesús puede hacer una excepción cuando encuentra una fe sólida que se adhiere a la salvación que viene de Dios. En este caso, se trata de la gran fe de aquella mujer que no pide nada para sí misma, sino para su hija. No pide de cualquier modo, sino con una confianza absoluta en el poder de Cristo. San Hilario de Poitiers ve en la mujer cananea a los prosélitos (paganos convertidos a la fe hebraica y en este caso a la fe cristiana) y en la hija a todos los pueblos paganos llamados también ellos a adherirse a la fe. En cierto sentido no se trata de una excepción, sino más bien de un principio general: los no judíos tienen los mismo privilegios que éstos a condición de que tengan una fe suficiente. Aquí se repite el caso del centurión: “no he encontrado una fe tan grande en Israel”. La Iglesia descubrió temprano este principio y lo aplicó ampliamente en la predicación del Evangelio.
El amor no conoce la dilación, no conoce los obstáculos. El amor está en continua actitud de donación y de sacrificio en bien de la persona amada. Esto es lo que vemos en la mujer cananea. Su petición a Jesús está toda en favor de su hija.

Extraído de: catholic.net

domingo, 7 de agosto de 2011

Homilía del 19º Dimingo durante el año

El P. Javier, en su homilía del día de hoy resaltó la importancia de la oración para encontrarnos con Dios.
Así, Elías, en la Primera Lectura (1Rey 19, 9-13), no encuentra a Dios en la tormenta, en el terremoto, ni en el incendio; Elías encuentra a Dios en el silencio. “Dios no está en los fenómenos naturales. Dios creó un mundo perfectible, y en esa acción ocurren fenómenos que el hombre no puede controlar. Dios no está en un accidente. Dios está en el silencio de la oración”.
El Evangelio (Mt 14, 22-33) relata la noche en que Jesús camina sobre las aguas: “No es ese el hecho más importante, dijo el sacerdote, lo importante es la oración que mantuvo Jesús con su Padre durante toda la noche. Al acercarse a los discípulos, ellos no lo conocen, lo confunden con un fantasma, pero Jesús les dice «Tranquilícense, soy yo, no teman». En nuestras vidas pasa algo similar. En los vientos en contra que soplan permanentemente (nuestras dificultades para avanzar) nos solemos enojar con Dios, y nos encerramos en nuestras propias cuevas, como Elías. Nos encerramos en nuestras propias seguridades: ´Dios no existe´; ´Dios me ha abandonado´, pero Dios jamás nos abandona, sólo que nosotros no sabemos verlo. El estar encerrados en nosotros mismos no nos permitimos verlo porque Dios no está en la tormenta, está en el silencio, por eso, cuando las dificultades nos agobien alejémonos del ruido, acerquémonos a la oración, y en el silencio escucharemos su voz porque el Señor siempre nos habla, solamente que a veces lo hace demasiado bajito.
Y realmente se hace presente en cada Misa, cada domingo en el Altar, allí aparece verdaderamente, como lo hizo con los apóstoles.”
Finalizó recomendando que cuando mayores sean las dificultades, más esfuerzo hagamos para acercarnos a la Eucaristía y encontrarnos con Jesús que nos dice “Tranquilícense, no teman”

Continúan las obras...

Sin prisa, pero sin pausa continúa la colocación del cielorraso en nuestra Capilla. En este tiempo la celebración litúrgica de cada domingo se realiza en el salón comunitario.


Hoy, en el día de San Cayetano, cumplen años, y por tal motivo recibieron la bendición especial, dos miembros activos de la comunidad: Doña Bonicha, como todos la conocemos, ministro de la Comunión; y Kevin, un joven monaguillo. A ambos muchas felicidades, y que la Virgen Santísima los guíe siempre en sus respectivos ministerios.