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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

domingo, 1 de noviembre de 2009

Conmemoración de los Fieles Difuntos

"Los que mueren en la gracia y en amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque estén seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegria del Cielo".(Nº1030 del Catecismo de la Iglesia Católica)

Los muertos ya nada pueden hacer para purificar sus almas. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el paraíso. Así se realiza por el dogma consolador de la comunión de los santos, por la relación e interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el purgatorio. Con nuestras buenas obras y oraciones -nuestros pequeños méritos- podemos aplicar a los difuntos los méritos infinitos de Cristo.

Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. «Un cristiano, dice San Ambrosio, tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones».

De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto Pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna. Así se entiende que San Francisco de Asís pudiese saludar alegremente a la descarnada visitante: «Bienvenida sea mi hermana la muerte». Y con más pasión aún Santa Teresa: «¡Ah, Jesús mío! Ya es hora de que nos veamos».

Este es el sentido de la Conmemoración de los fieles difuntos. Como Conmemoración litúrgica solemne, la estableció San Odilón, abad de Cluny, para toda la Orden benedictina. Las gentes recibieron con gusto la iniciativa. Roma la adoptó y se extendió por toda la cristiandad.

No dejemos pasar este día sin acordarnos de los que murieron, para que Dios les conceda estar en presencia de su Hijo Jesús y de su Santísima Madre por toda la Eternidad.

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