
Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. «Un cristiano, dice San Ambrosio, tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones».
De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto Pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna. Así se entiende que San Francisco de Asís pudiese saludar alegremente a la descarnada visitante: «Bienvenida sea mi hermana la muerte». Y con más pasión aún Santa Teresa: «¡Ah, Jesús mío! Ya es hora de que nos veamos».
Este es el sentido de la Conmemoración de los fieles difuntos. Como Conmemoración litúrgica solemne, la estableció San Odilón, abad de Cluny, para toda la Orden benedictina. Las gentes recibieron con gusto la iniciativa. Roma la adoptó y se extendió por toda la cristiandad.
No dejemos pasar este día sin acordarnos de los que murieron, para que Dios les conceda estar en presencia de su Hijo Jesús y de su Santísima Madre por toda la Eternidad.
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