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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

domingo, 3 de enero de 2010

Homilía 2º Domingo después de Navidad

En este 2º Domingo después de Navidad continuamos contemplando al Niño recién nacido en Belén. Las tres lecturas de hoy nos hablan de la Palabra que existía de siempre y que finalmente se hizo Hombre y habitó entre nosotros, comenzó diciendo el P. Máximo en su homilía.
El prólogo del Evangelio de san Juan (1, 1-18) nos dice que la Palabra existía desde toda la eternidad, y que Dios por medio de la Palabra hizo todo lo que existe (capítulo 1 del Génesis), pero el hombre no supo contemplar la belleza de Dios a través de su creación. En un nuevo intento de Dios por acercarse al hombre crea su pueblo, el pueblo de Israel, a quien le envió los profetas para que le comunicaran su Amor, pero los profetas fueron perseguidos, y a muchos los mataron, por eso el Evangelio dice “vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”.
Pero a Dios le quedaba todavía una forma de acercarse a nosotros: enviándonos a Su Hijo, asumiendo Él mismo nuestra condición humana; haciéndose semejante a nosotros en todo menos en el pecado. Por eso, en ese Niño recostado en el pesebre tenemos que descubrir esa Palabra por la que fueron hechas todas las cosas y que finalmente se hizo Carne para rescatarnos de la esclavitud del pecado. Pero además vino a compartir su vida con la nuestra por lo que podemos nosotros hoy gozar de la filiación divina. Por eso san Juan dice: “a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de ser hijos de Dios”.
La Iglesia nos invita a tomar conciencia de esta gran dignidad que tenemos gracias al misterio de la Encarnación: también somos hijos. Eso tiene que marcar toda nuestra existencia y llevarnos a vivir un estilo de vida que se corresponda con la dignidad de hijos de Dios.
El P. Máximo finalizó alentando a la comunidad a tener confianza en ese Padre Omnipotente. Por grandes que sean a veces las dificultades, dijo, debemos confiar en el Padre que todo lo puede, y eso debe ser motivo de gozo y alegría, porque Dios se comporta verdaderamente como un padre y siempre vela por sus hijos.

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