“¡Que difícil es ser feliz en la vida!” comenzó diciendo el P. Javier en su homilía de hoy.
En su desarrollo manifestó que la voluntad y la inteligencia hacen que el hombre busque el bien, porque ese bien es lo que lo va hacer feliz, pero también, por otra parte diferenció que “alegría y felicidad no es lo mismo”, una no implica la otra. Numerosos ejemplos nos demuestran que el tener todo, el estar satisfecho no lleva a la felicidad. Entonces, se pregunta, ¿dónde está la felicidad? ¿dónde está el camino que lleva a la felicidad? Esa felicidad que nos llena aunque no estemos alegre por diversas circunstancias de la vida.
“Hoy el Evangelio nos muestra el camino para esa felicidad: las Bienaventuranzas, esa nueva Ley”, y aquí pidió a la asamblea que reflexionara sobre este mensaje de Jesús, extraño para quienes lo leen ligeramente: Felices los pobres; felices los que tienen hambre; felices los perseguidos.
Explicó, entonces, que Jesús no se refiere a los pobres materiales, sino a los despojados de corazón, a los que no tiene apego por las cosas de este mundo y se brindan desprendidamente al hermano confiando en el Señor. Los que tienen hambre de almas para llevar al Reino serán felices. Los perseguidos por anunciar el Evangelio, y lloran por ello, serán consolados.
Así como están las Bienaventuranzas, Jesús se lamenta por los “ricos”, los “saciados”, los “que están llenos de si mismo” y los “que buscan elogios”, y estos son los que están llenos de sí y por eso “no necesitan de Dios” y se olvidan de los hermanos. No son los ricos materiales, son los soberbios, orgullosos, los que pretenden que se los aplauda por todo cuanto hacen.
Para finalizar, el P. Javier pidió a los presentes leer las Bienaventuranzas (Lc 6, 12), pensarlas y ponerlas en prácticas. “La única manera que se va ir encarnando en nosotros esta Ley del Evangelio, y podremos traducir lo que es realmente el verdadero sentido del cristiano”.
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