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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

martes, 15 de junio de 2010

Homilía del 13 de Junio

El domingo próximo pasado se retomó el Tiempo llamado “durante el año”, donde se reflexiona sobre la vida pública de Jesús y sus enseñanzas. Este 11º Domingo, el Evangelio de san Lucas (7, 36–8, 3) nos habla sobre el pecado y el perdón; “dos realidades bien concretas y delicadas de abordar”, diría el P. Javier en su homilía.
En esta Lectura encontramos tres personajes importantes: Jesús, como siempre el centro, la mujer, a la que el Evangelista llama “la pecadora” sin más detalle, y que siempre se ha confundido a esta mujer con María Magdalena, o también se dice que era una prostituta. Nada de eso… una mujer pecadora. Y el fariseo, hombre muy piadoso pero con el defecto de juzgar a los demás.
La mujer rompe con el protocolo de la época, irrumpe en una reunión de hombres donde estaba prohibida la presencia de mujeres, y se abalanza sobre Jesús para ungirlo. El amor es “loco”, y solo es entendible esta actitud vista desde el amor. El amor que nace del arrepentimiento. No le importa nada. Se arrepiente de sus pecados y busca el perdón amando.
Por otra parte Simón, el fariseo, comienza a maquinar en sus pensamientos: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca ¡una pecadora!”
Jesús, entonces, con esa particular pedagogía, le cuenta la parábola de los dos deudores, y pregunta “¿Quién amará más?” y con buen criterio Simón contesta “Aquel a quien perdonó más”, e inmediatamente comprende la profundidad de la enseñanza del Maestro sobre el tema del perdón.
¿Quién de nosotros alguna vez no ha actuado como ese fariseo? ¿Cuántas veces hemos señalado a alguien porque se acerca a hablar con un sacerdote, o a confesarse, o comienza a asistir a misa regularmente? Y murmuramos: “¡Pero no tiene vergüenza después de todo lo que ha hecho!” “¿Y el Padre no sabe la clase de persona que es?” y así en otras tantas situaciones.
También hemos dicho alguna vez “Padre, yo no puedo perdonar. A ese que lo perdone Dios, pero yo no”. ¡Que difícil es perdonar, y más difícil aún es pedir perdón!
No es posible pedir perdón o perdonar en la medida que no nos bajemos del pedestal del orgullo desde el cual miramos a todos desde arriba hacia abajo, sino desde el llano de la humildad: pedir perdón, y no sólo eso, sino sentirnos perdonados, amados, y entonces seremos capaces de perdonar.
Así es Dios. Nos ama primero. Debemos pedir perdón porque Dios nos ama y nos perdona, pero debemos pedirlo de corazón, con sincero arrepentimiento. Nadie puede amar y perdonar si no se siente amado y perdonado. Es de la única manera que podremos perdonar a nuestros hermanos y sentirnos aliviados, y cuando más perdonemos, más amor recibiremos. Si no es así, ni siquiera podemos rezar el Padrenuestro: “…perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Queridos hermanos, comencemos a perdonarnos, comencemos a pedir perdón. Así pondremos en práctica este hermoso texto: amando perdonemos. Que así sea.

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