En el Evangelio del día, Lc 10, 25-37, Jesús recurre una vez más a una parábola para dar respuesta a cuestiones planteadas, o proponer una enseñanza, las que son válidas hasta nuestros días. En esta oportunidad relata la que se conoce como la parábola del “buen samaritano”, ante la pregunta de un doctor de la Ley respeto de quién es el prójimo.
El P. Ricardo marca lo que aquí el evangelista quiere poner de manifiesto. El doctor conoce perfectamente la Ley, sabe y repite textualmente lo que ella enseña: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”, a tal punto que Jesús se lo reconoce al decir “Has respondido exactamente”, pero de todos modos el doctor insiste: “¿Quién es mi prójimo?”. Conoce la Ley, seguramente es un judío piadoso, pero siente que eso no es suficiente, se siente insatisfecho, no tiene paz en el alma.
Jesús cuenta aquella parábola donde un viajero es golpeado cruelmente por unos asaltantes. Un sacerdote y un levita al verlo medio muerto a la orilla del camino siguen de largo, en cambio un samaritano, persona que era considerada sin religiosidad alguna, que no conocía los mandamientos, se detiene, ayuda al herido, pone todo lo que tenía a su disposición, lo cuida y cuando tiene que partir paga a un posadero por su asistencia. Luego Jesús pregunta “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
No basta el conocimiento de los mandamientos, el cumplir con los preceptos, ir a Misa y participar de los Sacramentos sino ponemos todo esto en práctica.
Cuántas personas, seguramente, conocemos que hace permanentemente el bien, y mucho bien, y no necesariamente son personas religiosas o que participan regularmente de las actividades de la Iglesia, y sin embargo, como el samaritano, están ayudando a cuantos necesitan.
También nosotros debemos amar al que está próximo a nosotros: en nuestra propia casa, a los hermanos, padres, hijos, familiares; a los vecinos en el barrio. Muchas veces quizás no disponemos del tiempo necesario para ponerlo al servicio de los demás; tampoco lo tenía el samaritano, sin embargo, dio de lo poco que tenía para que otro se hiciera cargo. Muchas personas se ocupan del cuidado y asistencia de personas con necesidades. Con nuestro aporte económico, si no tenemos el tiempo, haremos que la vida de ese prójimo sea menos dolorosa.
Detenernos en nuestro cotidiano caminar, mirar a nuestro alrededor y saber ver a quienes tienen dificultades, a los que están solos, a los que padecen enfermedades físicas, psíquicas, o de identidad para prestarle nuestra atención, nuestra contención. Ayuda que a veces no pasa más que por una palabra, un abrazo. Eso es de buen cristiano. Amar a Dios por sobre todas las cosas, y al hermano como a uno mismo nos dará la felicidad y nos abrirá las puertas del Cielo. Pidamos a Dios esta Gracia, para ser verdaderos seguidores de Cristo.
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