
Escribe su Evangelio hacia el año 80 d.C. y está dirigido a los cristianos de origen judío, por eso cita con frecuencia textos del Antiguo Testamento y se apoya en ellos para mostrar que el designio de Dios anunciado por los profetas alcanza su pleno cumplimiento en la persona y la obra de Jesús. Él es el “Hijo de David”, el “Enviado” para salvar a su pueblo, el “Rey de Israel” y el “Hijo de Dios” por excelencia. Mateo también aplica a Jesús en forma explícita los oráculos de Isaías sobre el “Servidor sufriente”, que carga sobre sí nuestras debilidades y dolencias. Y al darle el título de “Señor”, reservado sólo a Dios en el Antiguo Testamento, afirma implícitamente su condición divina.
El Evangelio de Mateo ha sido llamado con razón “el Evangelio de la Iglesia”, por el papel preponderante que ocupa en él la vida y la organización de la comunidad congregada en nombre de Jesús. Esta comunidad es el nuevo Pueblo de Dios, el lugar donde el Señor resucitado manifiesta su presencia y la irradia a todos los hombres. Por eso ella está llamada a vivir en el amor fraterno y el servicio mutuo, como condiciones indispensables para hacer visible el verdadero rostro de Jesucristo.
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