“Llama la atención el contraste que presenta el Evangelio de hoy –comenzó diciendo el P. Máximo en su homilía–. Por un lado se nos presenta a Jesús que camina resueltamente a su pasión y muerte, y por otro lado vemos a los discípulos que no entienden el lenguaje de la cruz, ni tampoco quieren que se les hable del tema; es más, discuten que quién es el más importante entre ellos para ocupar los puestos y cargos de honor dentro de ese reino que Jesús les decía que estaba por instaurar”.
Más adelante, haciendo referencia a la pregunta de Jesús: “¿De qué hablaban en el camino?”, a la que los discípulos no respondieron, el P. Máximo, tomando las propias palabras de Jesús, reflexiona: “En el Reino que Él vino a traer sobre la tierra las cosas son muy diferentes: el primero; el más importante, es el último; el servidor de todos; aquel que es capaz de servir a sus hermanos, si fuera necesario hasta dar la vida.”
Relacionando esto con la segunda lectura, la Carta del apóstol Santiago, cuando dice “Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”, el sacerdote pone de manifiesto lo que ocurre normalmente en nuestra sociedad. “¡Ojala! –dice a continuación– muchos buscaran los cargos, los primeros lugares, para desde allí servir mejor a sus hermanos; y eso debería ser. Pero la mayoría de las veces sólo se busca el cargo y no la carga, ya sea por el honor, el poder o el dinero. Por eso nos dice Jesús hoy que entre nosotros, sus discípulos, no debe suceder así. Si queremos ser grandes ante los ojos de Dios tenemos que hacernos los últimos, servidores de todos”.
Para finalizar, hizo la salvedad respeto a que el mensaje de Jesús no dice que uno deba renunciar a cargos de importancia. Es necesaria la autoridad. Es necesario que haya personas que ocupen esos cargos en la sociedad, en la Iglesia. El mensaje está dirigido al modo de ejercer esos cargos: “no importa tanto el lugar donde estemos, sino el espíritu con que hagamos las tareas. Depende de la disposición del corazón, porque puede una persona estar en el primer lugar, pero por su espíritu de servicio, de entrega a sus hermanos, está en el último lugar”
“En definitiva –subrayó– el Señor nos invita a cultivar dos grandes virtudes: la humildad y el servicio para asemejarnos a Él. Pidamos a la Virgen que nos ayude a cultivarlas, ella que fue modelo al decir «Yo soy la esclava del Señor». Que así sea.”
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