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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

domingo, 21 de marzo de 2010

Homilía 5º Domingo de Cuaresma

En este último domingo de Cuaresma nos encontramos con el hermoso texto de Juan (8, 1-11) donde los fariseos y escribas llevan a Jesús una mujer encontrada en adulterio para ser apedreada, conforme a la ley de Moisés, poniéndolo a prueba. Jesús responde: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.
Esta mañana, en la entrada al Templo, cada asistente a Misa recibió una piedra, y durante la homilía, el P. Ricardo nos hacía reflexionar, contemplando esa piedra, cómo “vamos endureciendo el corazón y el rostro” impidiendo que Dios entre y obre en nosotros. Dios quiere que todos alcancemos la Salvación, pero si nosotros no dejamos obrar la Gracia de Dios, Él nada puede hacer.
“Es necesario asumir la condición de pecadores para poder sanarnos, para que Dios pueda hacer su obra. Tenemos que reconocer quiénes somos, de dónde venimos para tener un corazón agradecido y humilde, y así saber donde están nuestra debilidad y nuestras miserias.
Para que Jesús sea verdaderamente el “Cáliz de Salvación” para nosotros, tenemos que asumir nuestra condición, ser capaces de abrir nuestro corazón para que el Señor lo limpie, y el camino es propuesto por el mismo Jesús: la confesión de los pecados.
Muchas veces también nosotros actuamos como estos escribas y fariseos que veían el pecado de esta mujer, quizás por ser más evidente, más fácil de acusar. Siempre nos es más fácil acusar el pecado del otro, del que está a nuestro lado, del ser amado, del amigo, y Jesús nos vuelve a decir: “El que no tenga pecado que tire la primera piedra”. Y esta piedra que tenemos en nuestras manos es significativamente para que reconozcamos y sinceramente pidamos perdón de nuestros pecados. La confesión nos ayuda a sacarnos esta piedra, esta máscara que nos ponemos en nuestro rostro para poder criticar, condenar con más facilidad, señalar con el dedo tal o cual persona a la que considero más pecadora que yo.
Dios nos golpea fuerte hoy con este Evangelio para movilizarnos, para que en algún momento nosotros también reconozcamos nuestras miserias, nuestras limitaciones. Que esta piedra que nos han entregado en la puerta nos haga recuerdo de nuestra dureza de corazón y que el Viernes Santo podamos decir al Señor: quiero transformar mi corazón de piedra en un corazón más humano, abierto, dispuesto a la reconciliación. Un corazón que pueda reconocer el Amor de Dios muerto en la Cruz”.

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