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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

domingo, 23 de mayo de 2010

Homilía de Pentecostés

El P. Javier, con motivo de la bendición de un nuevo Alba*, comenzó la celebración de Pentecostés con un ritual al que no estamos acostumbrados, o al menos es poco común presenciar.
Después de bendecir el Alba conforme lo establece el Ritual Romano, el sacerdote se reviste en el presbiterio (lugar en que se encuentra el Altar), y continúa con la celebración de manera habitual.
En su homilía, el P. Javier comenzó preguntándose “Quién es el Espíritu Santo”. Para respondernos a esa pregunta –dijo– es necesario remitirnos a las Sagradas Escrituras. “En ellas encontramos infinitas manifestaciones del espíritu, desde la creación misma del universo. En el Génesis, capítulo uno, leemos, “El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” y fue quien ordenó todas las cosas, separando el cielo de la tierra, el día de la noche, tierra y agua.
Al sexto día de la Creación, ese mismo espíritu fue infundido por Dios a una figura de barro dándole vida a Adán.
Hasta aquí tenemos al Espíritu como una Fuerza que ordena, que da vida. Y Dios por medio de su espíritu hizo al hombre semejante a Él, con inteligencia y libertad par distinguir y elegir entre el bien y el mal. Y el hombre optó por el mal, pero Dios no lo destruyó, al contrario, recomenzó su obra, y fue el Espíritu el que a través de toda la historia de la creación guió y guía a su pueblo.
Luego se manifiesta en María, quien como generador de vida, engendró en su vientre al mismo Dios, a Jesús. Y toda la vida de Jesús fue bajo este signo del Espíritu. Ahora ya no sólo tenemos algo etéreo, sino que es ese mismo Espíritu que adopta la figura de una persona humana y obra en el cuerpo de Jesús y es el mismo que Jesús promete a sus discípulos que les enviaría para que todos puedan entender sus enseñanzas y puedan anunciar su Evangelio a “todas las criaturas”.
Ese mismo Espíritu, no otro, ese Espíritu es el que quiere descender hoy sobre cada uno de nosotros para renovarnos, para hacer nuevas todas las cosas, para que no tengamos miedo, no estemos solos.
Cuando recibimos el Espíritu Santo tenemos que cuidarlo, porque como dice san Pablo, llevamos un tesoro en vasijas de barro. Tenemos que cuidarlo, porque donde no está el Espíritu hay divisiones, peleas, discusiones, guerras… triunfa el mal. Él es nuestro abogado, nuestro defensor, el paráclito.
Pidamos hoy que el Espíritu Santo se derrame sobre nosotros abundantemente. Pidamos que nos llene de alegría, que nos llene de gozo, y no tengamos miedo que se exprese mostrándonos felices, con ganas de anunciar a otros lo que nosotros hemos recibido.
Cada uno de nosotros tenemos el Don (regalo) del Espíritu: un Don más pequeño para unos, más grande para otros, todos tenemos un Don, quizás reprimido pero lo tenemos. Como en la parábola de los talentos, algunos recibieron más otros menos, pero hay que hacerlos producir, que den frutos. ”No sea que por miedo enterremos nuestro talento y no lo hagamos producir, de eso Dios nos va a pedir cuentas. Pidamos al Señor que su Espíritu nos ilumine, nos sacuda, nos limpie, haga una revolución en nosotros y seamos verdaderos testigos comprometidos en un mundo que tiene sed de Dios. Que así sea.

Al finalizar la celebración, el Padre impartió una bendición especial sobre una joven que cumple hoy 15 años.

* Es una túnica blanca (de ahí su nombre) que puede ir más o menos ceñida al cuerpo. Si es necesario se puede ajustar a la cintura con un cíngulo. El alba es el vestido básico para todos los ministros en la celebración litúrgica.

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