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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

martes, 29 de junio de 2010

Homilía del 13º Domingo durante el año

Las Lecturas de este día, la Primera y el Evangelio, hablan del Llamado y de las respuestas que se le dan a ese Llamado – comenzó diciendo el P. Javier en su homilía del Domingo 13º.
Las excusas son muchas de las respuestas que damos al llamado de Dios. En la vida cotidiana también recurrimos a la excusa para evadir responsabilidades. Pero esto no es de ahora, también en la Biblia las encontramos. El pueblo de Israel, oprimido en la esclavitud, el Señor llama a Moisés: “Moisés, quiero que liberes a tu pueblo”, ¿y qué escusa pone Moisés? “Señor, soy tartamudo”. O Jeremías cuando el Señor dice hacerlo Su profeta: “No Señor, yo soy muy joven”. E Isaías responde diciendo “Perdona Señor, soy de labios impuros”. También esto le pasa al mismo Jesús cuando dice a sus discípulos “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”, y allí se asustan, porque la cueva o el nido indican seguridad, indican contención, comodidad. Indican “estarse quieto”, y el Señor rompe con todo eso. Invita a otro: “Sígueme”, y ¿qué excusa pone?: “Permíteme ir primero a enterrar a mi padre”. Dar sepultura al padre puede ser una obra de misericordia, pero la Sagrada Escritura no dice que este hombre estuviera agonizando. Es, en definitiva, decir “Te seguiré, algún día, después que mueran mis padres”. Otro le dice: “Te seguiré, Señor, pero permíteme despedirme de los míos”. Esto hace referencia al apego a las cosas del mundo, a las posesiones, a los amigos, al trabajo, a lo que presenta el mundo: lo atractivo, la comodidad, la facilidad. Lo que presenta Cristo es, justamente, romper con eso. Seguir a Cristo va a contrapelo de lo que el mundo presenta. Ante esa actitud, Jesús le responde a aquel discípulo: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Cuántas veces nosotros antes situaciones por las que debemos jugarnos hacemos la más fácil, lo más cómodo. Nos hacemos los distraídos, miramos para otro lado, y no en la dirección que nos indica Dios.
Todas éstas son excusas. Para el Señor no hay excusas. El que quiera seguir al Señor no ponga excusas: ni la comodidad, ni la familia, ni el pasado. Al Señor no le importa. El Señor obra: a Moisés le permitió hablar. A Jeremías le dio autoridad aún siendo joven, y a Isaías le purificó los labios. A Pablo, el perseguidor de los cristianos, lo hizo apóstol.
Por esos, queridos hermanos, todos los días el Señor nos invita a algo, a seguirlo en cada circunstancia de la vida. ¿Qué respuesta le doy?
Pidamos entonces al Señor que no pongamos más excusas. Que la única excusa sea Cristo, para seguirlo siempre, no sólo los domingos, sino todos los días de nuestra vida. Que así sea.

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