El P. Javier, en la Homilía de hoy, 24º Domingo durante el año, se desmenuzó muy didácticamente las tres parábolas más significativas que se relatan en el Evangelio de san Lucas (15, 1-32). Significativas en el sentido que muestran claramente quién es Dios de boca del mismo Dios Hombre: Dios es pura Misericordia, es infinitamente Amor.
En la primera, la de la oveja perdida, el P. Javier explica que Jesús usa la poesía, la metáfora, porque de hecho ningún pastor dejaría noventa y nueve ovejas en el campo para buscar a una. “Así obra Dios, a contrapelo de lo que hace el hombre: el Pastor es Dios y la oveja somos cada uno de nosotros. Por distintas circunstancias nos alejamos de Dios, y Dios se desespera para buscarnos hasta que nos encuentra, y cuando nos halla hay alegría; hay fiesta…”
Respecto de la segunda parábola: “Aquí la cosa cambia, la mujer somos nosotros y la moneda en este caso es Dios”. El sacerdote explica que en tiempos de Jesús diez monedas para la mujer significan la dote, signo de fidelidad y amor único al esposo. Si perdía una el marido podía llegar a pensar que le había sido infiel, “por eso se desespera, y así tenemos que ser nosotros: cada vez que le somos infiel a Dios en el pecado tenemos que desesperarnos por restablecer esa unión con Él, no quedarnos tranquilos, de brazos cruzados. Por eso tenemos que buscar la dote, esa dote que viene del Bautismo”.
La última parábola, conocida como la del hijo pródigo, o mejor aún, la del Padre Misericordioso nos muestra de cuerpo entero a nosotros con nuestras actitudes: querer la “libertad”, creernos no necesitados del Padre, pero en un determinado momento “esa supuesta libertad se acaba, y queremos volver”.
“Aquí nuevamente Jesús rompe con los esquemas del hombre: el padre ve venir al hijo desde lejos y rompe con todo protocolo social y sale corriendo a su encuentro: el hijo arrepentido vuelve despacio, la misericordia de amor corre, y no sólo que abraza al hijo, sino que lo viste, le devuelve su condición y hace fiesta.
Dios se desespera cuando un hombre peca, lo busca, sale corriendo a su encuentro, y es lógico entonces que se alegre y haga fiesta cuando lo encuentra.”
Más adelante el P. Javier, tomando la figura del hermano mayor de la parábola, y se pregunta “Si se alegra y hace fiesta por cada uno que se arrepiente a último momento, ¿y con los que queremos serle fiel, que hay para nosotros?. Aquí aparece la duda. El hijo mayor se enoja con el padre, no quiere saber nada de la fiesta, se encierra en sí mismo, y el padre otra vez sale y lo llama. Acaso “ese hijo tuyo” vale más que yo. Pareciera como que Dios se olvida del pecado. No, Dios no se olvida del pecado, exige primero el arrepentimiento sincero, la conversión. No olvida, perdona. Y para aquel que le es fiel la alegría está en lo que el mismo Jesús pone en boca del Padre: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”.
Por esto, el P. Javier exhorta a la comunidad a que no repitamos nosotros lo del hermano mayor: “nosotros también tenemos que salir corriendo al encuentro del que vuelve arrepentido. Tenemos que salir con Jesús en busca de la oveja perdida, lastimarnos los pies y las manos para buscarlo… esa es la condición para ser verdaderamente fieles, porque ¿quién no se identificó con la oveja, la moneda o el hijo que se fue? Nosotros también somos pecadores, pero tenemos la esperanza, la espera de Dios constantemente, y Dios hace fiesta cundo retornamos a Él, y la imagen de esa fiesta es la Eucaristía donde celebramos el Amor de Dios.”
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