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¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos!

lunes, 13 de junio de 2011

Pentecostés

Origen de la fiesta


Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

Fuente: catholic.net

Para reflexionar

Concluye el tiempo pascual, y en la fiesta de Pentecostés que celebramos este domingo, revivimos el nacimiento de la Iglesia y el cumplimiento de la promesa que nos hiciera Jesús: la Venida del Espíritu Santo.

Bajo estas consignas, cabe preguntarnos, entonces, si estamos siendo dóciles a la acción de este Santo Espíritu, si experimentamos y consideramos como real la presencia del Espíritu Santo en la iglesia actual, y si encontramos en esta figura de la tercera persona de la Santísima Trinidad, la fortaleza, la iluminación y el sostén necesario para seguir llevando a cabo nuestra tarea evangelizadora.

Para motivar estas reflexiones, les sugiero la lectura del siguiente cuento, basado en un suceso atribuido a San Vicente Ferrer (1), tomado del libro Parábolas para una vida más feliz, del P. Eusebio Gómez Navarro (SAN PABLO):


A San Vicente Ferrer le comunicaron que en la reunión en la que tenía que predicar, estarían presentes varios personajes muy importantes. Vicente se afligió: se puso a preparar con mucho esmero su sermón.

A muchos no les gustó ese sermón. Vicente no había estado tan profundo como en otras ocasiones. Vicente se dio cuenta de que le había dado mucha importancia a la sabiduría humana y se había olvidado de lo principal: del poder del Espíritu Santo.

Para la nueva predicación se volvió a preparar, pero dando suma importancia a la oración, a la meditación. Todos quedaron conmovidos ante la nueva prédica.

Algunos le dijeron a Vicente que el sermón del día anterior no les había llegado al alma, pero que el de ese día los había penetrado muy hondo. Vicente respondió:

“Es que ayer habló Vicente; hoy, en cambio, habló el Espíritu Santo”.


(Hugo Estrada, en “Parábolas para una vida más feliz”, Eusebio Gómez Navarro, SAN PABLO, 1º edición, 2010)

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