
En el año 258 el Papa Sixto fue enviado a la muerte por la persecución del emperador romano Valerio.
Cuando era llevado al cadalso, su diácono (Lorenzo) lo seguía llorando y pidiendo morir por Cristo. Sixto le dijo que en 3 días lo seguiría y le encargó que repartiera los bienes de la Iglesia entre los pobres para evitar que cayera en manos de los perseguidores. Lorenzo usó todo la noche en visitar los pobres y repartir las riquezas.
Al día siguiente el prefecto se las pidió, por lo que acepta y entonces el diácono llevó a la puerta del funcionario a todos los cristianos pobres, junto con ciegos, cojos y mancos y le dijo que ésa era la riqueza de la Iglesia.
El jerarca lo mandó torturar con escorpiones y luego a asar a fuego lento en una parrilla.
Cuando estaba en la parrilla, lejos de desesperar, no experimentando dolor alguno Lorenzo le dijo a sus verdugos que lo dieran vuelta y le echaran sal porque ya estaba bien cocido.
uando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.
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