
El texto bíblico cuenta de un hombre que “poseía muchos bienes” y se entristeció ante la solicitud de Jesús: “…vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. El Padre agrega: “Aquel hombre que se sintió llamado, interpelado, no fue capaz de renunciar. Y este ser anónimo piadoso, practicante, podemos ser cualquiera de nosotros que vivimos practicando la caridad hacia los demás, pero falta algo. Falta desprendernos de esos bienes que nos impide llegar a Dios”. Señala a continuación una larga lista de “esclavitudes” a la que permanecemos atados, “que no son necesariamente riquezas, sino donde está puesto el corazón, ahí está la riqueza”: aislado en la casa, que nadie nos moleste; la lengua que critica y destruye; sexo que usa y abusa del otro; Internet; la televisión; el juego; el derroche; vender la palabra al mejor postor; “¿que otra esclavitud puedo tener? –se pregunta– si hacemos un examen de conciencia encontraremos miles de esclavitudes a las que permanecemos atados”.
“Entonces, ¿quién podrá salvarse?, fue la pregunta de los discípulos. Por nuestro propio esfuerzo es imposible. Por eso tenemos lo que se llama la Gracia: para Dios todo es posible. Hay que tener esa actitud de desprendimiento, de querer liberarse; el resto lo hace Dios”.
Para finalizar rogó a Dios para que su Palabra, como dice en la Carta a los Hebreos, “penetre hasta la raíz del alma” y que nos ayude a dar un verdadero testimonio de seguir a Jesús.
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