por el Padre Fidel OñoroLectio Divina
“Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”En el texto apócrifo del llamado “Proto-evangelio de Santiago”, encontramos una hermosa leyenda en la que se describe poéticamente la presentación de la pequeña María en el Templo de Jerusalén:
“El sacerdote la acogió, la besó, la bendijo
y la sentó en el tercer escalón del altar.
Y ella danzó sobre sus piecesitos
y toda la casa de Israel comenzó a quererla.
Sus padres se marcharon admirados.
María era alimentada en el Templo como una paloma y
recibía el alimento por manos de un ángel”.
La fiesta mariana de hoy, nació de esta tradición popular. Pero más allá de la leyenda encontramos buenos motivos para comprender mejor el misterio de María y también el nuestro.
Una acción de gracias al Dios de la vida. San Joaquín y Santa Ana, le agradecen a Dios el don de la vida de su hija mediante el rito de la presentación en el Templo. Es lo mismo que María hará con su propio hijo Jesús, cuando al llevarlo al Templo de Jerusalén ella dé gracias públicamente por el don de su maternidad y por el don de la vida nueva que ha venido al mundo.
Una consagración de esta vida a Dios para vivir en sintonía con su querer. En la presentación en el Templo, a la acción de gracias, le sigue un acto de consagración, de ofrecimiento de la vida a Dios.
Por eso hoy contemplamos la dedicación total de María a la voluntad de Dios. No es por casualidad que hoy leemos en evangelio la definición que Jesús da de su propia familia: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).
María es plenamente la Madre de Jesús, no solamente porque lo llevó nueve meses en su vientre, porque lo dio a luz, porque lo alimentó y lo educó, sino porque ella escuchó y obedeció con una dedicación total a su Palabra, porque esta Palabra fue el fuego que ardió en su corazón y le indicó la ruta de su proyecto de vida.
Durante toda su vida, desde la presentación en el Templo como ofrenda viviente al Señor y desde aquél día en que con su “sí” aceptó ser la Madre de Jesús, hasta la dramática experiencia del Calvario, María fue signo de la adhesión, de la fidelidad, de la consagración total a la voluntad de Dios.
De esta forma el misterio de María no se agota en ella misma sino que ilumina profundamente la vida de “todo” aquel que como ella viva un serio camino de discipulado. Porque María, por su consagración total a la voluntad de Dios, es el primer y más claro ejemplo del cumplimiento de las palabras de Jesús que escuchamos hoy, ella es también verdaderamente la “Madre” de la nueva familia de Jesús.
Oremos hoy con esta bella antífona que honra la consagración de María a la voluntad de Dios:
“Oh, más alta que los querubines
y más gloriosa que los serafines,
Tú que llevas la palabra eterna,
Tú que escuchas y observas la palabra eterna,
Glorifica al Señor, ¡Aleluya!”
Extraído de: http://www.mariologia.org/solemnidadpresentaciondelavirgen05.htm